Caminar junto al arrepentido barrendero,
que culpa a su pasado errado,
de su presente que le canta su escoba al acariciar el suelo.
Recuerdan sin voluntad las lágrimas,
-que se unen a la monótona barrida del anciano-,
el canto alegre que le hizo comenzar su travesía,
con yerba buena verde, enrollada en papeles rosas,
encendiéndolo entre árboles que se emancipaban del suelo,
a medida que las caladas se hacían más exuberantes.
Rebobinan sus sentidos,
la sensación que le podrujo por primera vez,
ingerir polvo mágico en el agujero derecho de la naríz,
y la nieve que congelaba su agujero izquierdo,
quedando tal cual quedó enterrada la cruz de su cristo,
el cual ya había olvidado.
Hoy sólo le acompaña el cigarro,
que le apasigua lentamente el murmullo que se genera en su nariz
y hace brotar el dolor del pasado en la memoria del anciano.
Hoy sólo le acompaña su sombra y su escoba,
que descansan en el banco de la típica plaza central.
en el mismo que hace cincuenta años, él decidió su final.
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