martes, 17 de mayo de 2011

Carta del destino a un joven desesperado.

Se escapa la lágrima,
se retiene el llanto.
Corre el cordero,
cae boca abajo.

Aprenderás a llorar, adolescente.
en tu más pura soledad,
en tu más anhelado silencio,
en tu más deseada tranquilidad.

Las piedras ya no le llegarán a tu corazón, hijo.
sólo sufriras dolores de talón,
producidos por las pisadas que son tu firma en la arena verde,
y olvidados en los sueños que se confunden con la realidad.

La normalidad no existe, cariño.
acepta la caída del muro de tus ojos,
y reclamale la felicidad que mereces.
Llora y clama la calma a la calva,
e imagina que te resbalas en ella.
Sueña con el sueño que te induce más sueño,
y duerme eternamente en el nido de dolor disipado.

Lo que marca tu personalidad es lo empírico, niñito.
retrocede en el camino sin dar ningún paso,
y enséñame tus penas y penitencias,
tus dolores y tus amores,
tus camas y tus calmas.

Retrocede y proyecta en mi el sexo olvidado,
para describírtelo y contárselo a tu memoria,
que reclama erotismo de parte de una dama,
y luego te ensucia la mirada.

¡Golpéame!
demuestra tu hombría sutil caballero,
¡¿A dónde vas, marciano?!
tu lugar no está en esta tierra jovencito.

Lamentate en mis piernas,
reclámale a mis caminos,
a los ríos que se desprenden del cabello que podrido descansa en una almohada ajena.
calma tus sueños y vive con ellos,
sin pensar en la utopía que los envuelve,
sin pensar que el destino es el que te canta...



...justo antes de quedarte dormido.

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