La luciérnaga se escapa y te envuelve la oscuridad nostálgica que te recuerda el sexo podrido y escondido en la sombra de un muro ajeno.
El gato se escabulle entre las murallas embellecidas con graffitis urbanos hechos con sangre de zombie y caca de humano.
La luciérnaga tiembla y su luz la delata, titubeando por los aires sin oxígeno y con un vaho ahogante recién escapado del desagüe.
El gato no cuenta sus secretos, y se duerme en su nido de mimbre hecho a mano por las tribus ancestrales de color degradado.
La luciérnaga se recupera y comienza a enderezar su vuelo.
El gato se concentra y activa su instinto.
La luciérnaga vuela despreocupada encima de él.
El gato salta afinando y demostrándole al público de hormigas su inmortalidad, remarcando que no ha usado ni una sola vida.
La luciérnaga no grita.
El público aplaude.
El gato la ingiere y sigue su paso.
La luciérnaga ya no es luciérnaga.
El gato, ahora, es más gato.
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